Manhattan, octubre de 1929. Amanece en este último piso de un rascacielos frente el Edificio Chrysler, aún en construcción, cuajado de cajas de mudanza, adonde llega Valentina del Río, actriz española de gran reconocimiento, que ruge buscando a su amor Walter, con el que ha quedado en el puerto, para conquistar América y su amor, y Walter no aparece. Entre las cajas, casi por casualidad, encontramos a don Paco, encargado de Mudanzas Zurbano de Madrid, que pronto será víctima del desamor de Valentina y sufrirá en sus propias carnes los infortunios amorosos de la actriz, siendo secuestrado por ésta durante el doloroso trance de verse abandonada. El barco de don Paco zarpará y él quedará en tierra. Durante ese día y esa noche, el apartamento se transformará en escenario de pasión y de locura, de desamor, de magia, surrealismo y persecuciones de gansters, y la vida de don Paco, un hombre bajito del barrio de Chamberí, podrá asomarse al brillo de su admirada estrella del teatro, más allá de la luz de las candilejas, especulando con su vida de hombre normal y corriente. A la salida del sol, vuelta a la realidad, Manhattan amanece bajo el crack del 29, donde los hombres desesperados, saltaban desesperados por las ventanas de los rascacielos.

En el tiempo de frontera, un jinete cruza el Campo de Antequera. Es Abindarráez el moro. No muy lejos de allí, Rodrigo de Narváez espera agazapado bajo el claro de luna. El moro es derribado y se enfrenta a una brutal lucha, donde se muestra especialmente hábil, pero es herido a traición y cae ante el cristiano. Abindarráez suplica clemencia, pues su viaje es por amor. Al haber sido alcanzado de vil estocada, Narváez le da libertad, pero le pide que se presente en el plazo de tres días, abriendo claramente la puerta a su escapatoria. Abindarráez viaja a Coín, donde le espera Jarifa, con la que casa esa misma noche y le cuenta lo sucedido. Jarifa asimismo le dice Abindarráez que, atendiendo a su nombre, debe entregarse, nunca escapar, y la solución se presentará consecuentemente. El moro hace caso a su esposa y los dos viajan para presentarse ante don Rodrigo de Narváez, quien ante tan alta muestra de caballería, da definitivamente su libertad y sella su amistad con un abrazo que perdurará como ejemplo de encuentro y entendimiento entre culturas.